Llevo una semana buscando un piso de alquiler en Madrid y me ha ocurrido ya varias veces (demasiadas como para considerarlos hechos aislados) que, al llamar a un/a anunciante, nada más oír mi acento, pregunta: "Usted no es española, ¿verdad?" o "¿Para cuánta gente?". Eso, cuando no se me disuade de ir a ver el piso ("Es muy pequeñito, ¿eh?"), o se me da cita para última hora de la tarde del día siguiente. Por no mencionar esta perla cosechada hoy: "¿Y cómo vas a pagar 550 euros tú solita?".
Irónicamente, este tipo de situación no es nuevo para mí. Viví muchos años en EE UU, donde sufría el racismo de los gringos por ser española -se me olvidó decir que soy canaria-, es decir, hispana. Ahora aquí sufro el de los españoles por ser potencialmente sudaca. No les vendría mal a algunos de estos racistas compatriotas nuestros, de tan corta memoria (¿cuántos de ellos o de sus familiares habrán sido emigrantes?, me pregunto), pasar una temporada en EE UU y recibir el mismo trato denigrante y vejatorio que ellos dispensan a los "otros". Sería cuando menos una cura de humildad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 19 de agosto de 2004