El tercer congreso de timadores le llevó en 1992 de gira por Huelva. Gambitas, baños de sol y playa y ruedas de prensa surrealistas. Lo recuerda desde su refugio de Plencia (Vizcaya), donde calienta motores para volver en septiembre a Madrid con la obra La tienda de la esquina.
Así que aterrizaban en el pueblo equis, un suponer, y se quedaban con los periodistas.
Nos presentábamos con sombreros y decíamos que nos habíamos unido dos gremios, actores y transaccionistas (así llamábamos a los timadores), ante los timos de la Olimpiada, el V Centenario y otros pufos. Les decíamos que nuestra intención era enseñar a la gente a timar o a defenderse del timo. Alguno nos dijo: "¿En serio?".
Matalascañas les hizo la ola. Creo que todo el pueblo se cerró en ovación.
Sí, ya la llegada fue espectacular. Era un paraíso. Nos dimos un baño y probamos gambas.
Más que en Cortegana, un pueblo donde no les prepararon una suite, precisamente.
Íbamos con el coche y Chete Lera bajó la ventanilla y preguntó a un señor: "¿El hotel?". Y el otro: "¿Perdón?". Y Chete: "¿La pensión?". Y él: "¡Ah! Las camas". Nos indicó y era un barracón con camas corridas donde se colaba el aire. Optamos por pasar toda la noche de farra.
Riotinto tenía mucho teatro y pocas nueces...
Sí, nos sorprendió el teatro, tan nuevo, con todos los medios técnicos. Pero cuando nos asomamos al patio de butacas sólo había dos espectadores. Les dijimos: "Si no les importa, casi lo dejamos". Luego apareció el sincejal de incultura, y dijo mientras extraía el cheque: "No sé para qué viene el teatro". Uno de mis compañeros comentó: "Se le quitan a uno hasta las ganas de comer gambas".
Es lo que tienen los bolos, que uno se encuentra todo tipo de especímenes.
Sí, me encanta conocer tipos y costumbres curiosas. En pueblos de Castilla-La Mancha los mozos nos echaban pulsos en los bares, y había sitios donde aún servían medio gin-tonic.
Y usted, ¿qué tipo de homo-turísticus es?
Anti boy-scout, nada aventurero. Si opto por plan de playa, me convierto en el hombre horizontal: todo el día en calzones, con pinta innoble y tirado vuelta y vuelta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 21 de agosto de 2004