"Su vivienda, en la misma arena de la playa", rezaba una octavilla publicitaria que encontré sobre el parabrisas de mi vehículo. Efectivamente, una vez localizado el edificio (aún en construcción), cinta métrica en mano, no más de 80 metros de arena separan el cemento de las olas en un día de mar calma. Ignoro la legalidad que puede amparar esta edificación, que supera en cercanía al mar a todos los bloques de la zona, pero lo que evidencia la obscenidad de ese eslogan es la impunidad con la que prosigue, sin tregua, la agresión urbanística al litoral mediterráneo español. En pleno siglo XXI, en un país industrializado, con una larga experiencia que ha dejado sus costas salpicadas de densas "joyas" urbanísticas, la insistencia en un modelo de desarrollo turístico obsoleto es, de por sí, un contrasentido.
¿Carece el Estado de instrumentos que le permitan imponer criterios de desarrollo sostenible, de bien común, frente al abuso de la especulación o a la ceguera de políticos que no alcanzan a ver más allá de las próximas elecciones?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de agosto de 2004