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OPINIÓN DEL LECTOR

Mestizajes

En los libros de Historia es frecuente encontrar la expresión "oleadas migratorias" para referirse a los sucesivos desplazamientos de personas de un lugar a otro a través de los siglos. Igualmente se aprende que las vías habituales por las que penetran en los diferentes territorios son los pasos fronterizos naturales, esto es, costas y montañas.

Un rápido vistazo a la Península Ibérica nos descubre rapidísimamente cuál ha podido ser la vía de entrada más frecuente a nuestra piel de toro. Y aquellos territorios peninsulares que disponen de cercanía con ambos tipos de paso tuvieron la inmensa suerte, en mi modesta opinión, de enriquecerse doblemente con los numerosos intercambios culturales y de todo tipo a los que tuvieron la oportunidad de acceder. Los habitantes de la antigua Hispania romana (árabe también durante varios siglos) somos fruto del mestizaje que se ha realizado por estos lares desde tiempo inmemorial. En versión más reciente, por ejemplo, yo no sería vasca nacida en Vizcaya si mi abuelo madrileño no se hubiera casado con mi abuela santanderina, naciendo mi padre que se casó con mi madre riojana a la que conoció en Santurce. Y me parece estupendo tener familia en Inglaterra, Alemania, Italia y EEUU, con nombres tan dispares como Helga, Orestes y Taylor Anne, hablando varios idiomas internacionales y autonómicos.

Defender la pureza de sangre u origen, como el insigne Jordi Pujol al hablar de la integración de los emigrantes refiriéndose al mestizaje de una manera tan despectiva, tiene indudables tintes racistas y define a quien lo ha pronunciado y también a quienes comparten tan descabellada consideración. No les supongo ignorantes de la existencia de nuestro antepasado común, la ilustre australopitecus Lucy, del África subsahariana por más señas. Darwin nos coja confesados.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 31 de agosto de 2004