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OPINIÓN DEL LECTOR

Subvención y sumisión

Hace poco, el alcalde de Villaharta comentaba que los Ayuntamientos dependen demasiado de las subvenciones. Y lleva razón. Muchos aspectos de deporte, cultura, actividades extraordinarias, mejora de infraestructuras, bibliotecas, servicios sociales, y un larguísimo etcétera, dependen de que cuentes o no con subvenciones. Y el que cuentes con subvenciones depende de otros factores aún más poderosos: de que la tesorería y las consignaciones presupuestarias del Ayuntamiento permitan aportar la parte no subvencionada por esas otras instituciones que te ofrecen una subvención cuya normativa o bases salen en los boletines a cualquier altura del año sin fecha fija, sin previo aviso.

Pero, además, esta subvención se concede mediante la presentación de un detallado proyecto con valoración de detalle y presupuesto, cosa obvia que debe acompañar a cualquier actividad o proyecto bien organizado; y debe ser finalmente presentada con toda una serie de requisitos, y, tras la realización del proyecto o actividad, debe ser justificado el gasto ante la administración susodicha con no menos requisitos y plazos.

A mí que me perdone el personal si soy de esta manera, me parece que esto es una forma más de sometimiento y dominación de las instituciones de arriba, para tener cogido por semejante parte a los de abajo, de manera que esa dependencia, que además de requerir un enorme esfuerzo burocrático, genera actitudes de humildad y de tender la mano para solicitar algo de manera que el de arriba se convierta en benefactor ante el cual, el pobre alcalde de pueblo se doblega y besa la mano como muestra de agradecimiento y como reconocimiento de la generosidad de quien reparte.

Bueno y esto lo digo como denuncia, porque estoy persuadido de que estos instrumentos que de una u otra manera sustraen recursos a los municipios para poder dárselos después como regalo con mayor o menor generosidad, no es más que el poder retroalimentándose a sí mismo, manteniendo estructuras que muchos pensamos que desaparecerían con la muerte del franquismo y el advenimiento de la democracia.

Pero eso fue un sueño. En cuanto llegaron al poder los primeros, vieron qué útil podía resultar mantener estos chiringuitos llamados diputaciones provinciales como intermediarios, porque iban a multiplicar así sus posibilidades. Efectivamente estos chiringuitos, que nadie ha querido revisar a fondo ni reestructurar, sino por el contrario promocionar y potenciar, promoviendo además sub-chiringuitos llamados mancomunidades o empresas públicas, resultan altamente rentables para uso de los partidos políticos. Por poner algunos ejemplos: allí, como a cementerio de elefantes, van a parar muchos de los que ya no tienen dónde ir a parar; a través de esas instituciones se crean empresas donde también pueden colocarse efectivos que ya no son efectivos en ninguna parte.

Las diputaciones siguen siendo administraciones de intermediación, porque interesa mantener ese nivel de intermediario. Es otra forma de cautividad, de sumisión, de dependencia, de mantenimiento de la estructura amo/esclavo, muy bien disimulada. Y esto, ¿no lo ve cualquiera que tenga los ojos abiertos? Pero que se digan estas cosas cae muy mal.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de septiembre de 2004