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Crítica:

El pasado de una colección

El Museo de la Trinidad, abierto en Madrid entre 1838 y 1872, exhibió una colección formada con las obras artísticas requisadas a causa de la Ley de Desamortización de Mendizábal. El Museo del Prado reúne en una exposición algunas de las piezas maestras que ahora forman parte de su patrimonio.

La exposición El Museo de la Trinidad en el Prado, reúne un conjunto de casi treinta cuadros procedentes del desaparecido Museo de la Trinidad, además de indicarse la actual ubicación en el Prado de otros cuarenta con el mismo origen. José Álvarez Lopera, conservador del Prado y comisario de esta muestra, la ha planteado como una recuperación de la memoria, no sólo de este museo que estuvo abierto entre 1838 y 1872, fruto principalmente del acopio de las obras artísticas requisadas a instancias de la Ley de Desamortización de Mendizábal, lo que, teniendo en cuenta la importancia de la clientela religiosa en la producción artística española, no era un patrimonio precisamente despreciable, sino del propio Museo del Prado, adonde fueron a parar tras la definitiva clausura de aquél.

EL MUSEO DE LA TRINIDAD EN EL PRADO

Museo del Prado

Paseo del Prado, s/n. Madrid

Hasta el 19 de septiembre

Con tan sólo lo antes apuntado, ya es fácil percatarse de, al menos, dos cuestiones de altísimo interés en esta iniciativa. En primer lugar, la reconstrucción de la curiosa historia del Museo de la Trinidad, llamado así por haberse emplazado en el antiguo convento de la Trinidad Calzada, situado en la madrileña calle de Atocha, durante cuyo casi medio siglo de existencia, a pesar de las múltiples vicisitudes que tuvo que padecer, logró preservar una importante colección pictórica, que, de no ser así, probablemente se habría dispersado fuera de nuestro país. Repárese, sin ir más lejos, en el dato de que el año de su apertura, 1838, fue el mismo del de la inauguración del Museo Español de Luis Felipe, en París, creado por la munificencia del monarca francés y la habilidad de su agente en nuestro país, el barón Taylor, que fue adquiriendo sin cortapisas centenares de cuadros españoles, malvendidos en una época de zozobra y penuria. En segundo lugar, que, en otra fecha históricamente decisiva, nacional e internacionalmente, como la de 1872, semejante conjunto artístico pasó, como se ha dicho, al Prado, que desbordado por este súbito aluvión, tuvo que ir realojando muchos de estos cuadros en diversos y variopintos depósitos a lo largo y a lo ancho de toda España.

Nos encontramos, así, pues, con una exposición que no sólo rememora el pasado de las colecciones del Prado, sino que reconstruye concienzudamente una historia del coleccionismo y la política cultural de nuestro país a lo largo de la conflictiva primera parte de su época contemporánea. En este sentido, resulta imprescindible la lectura del largo estudio que ha publicado Álvarez Lopera en el catálogo de la muestra, donde se da cuenta pormenorizada de lo que pasó con el Museo de la Trinidad, con aportaciones de datos nuevos o poco conocidos. Pero, por otra parte, con la selección de obras que se han reunido como corolario de lo que aportó al Prado este Museo de la Trinidad, además de las indicaciones que se aportan para identificar las que ahora se exhiben dentro de su colección permanente, el visitante se podrá percatar de la envergadura artística de esta afluencia decisiva. Téngase en cuenta que allí nos encontramos con muchos de los más grandes maestros de la historia del arte español, como Pedro Berruguete, El Greco, Sánchez Cotán, Van der Hamen, Maíno, Zurbarán, Alonso Cano, Claudio Coello, Goya, etcétera, pero también de maestros extranjeros de la categoría de Jan Van Eyck o Giandomenico Tiépolo. Es cierto que, como todas las colecciones formadas por aluvión, los fondos del Museo de la Trinidad eran muy desiguales, lo que no significa, en cualquier caso, despreciables, pero también que la evolución del gusto histórico es tan cambiante que, entre lo poco estimado en el XIX español, estaban figuras como las de El Greco o Goya, por citar sólo un par de ejemplos espectaculares. Por lo demás, otra de las perspectivas abiertas por la presente exposición es mostrarnos la razón de lo que se ha dado en llamar "el Prado disperso", que no sólo cabe enjuiciar como la historia desdichada de nuestra proverbial incuria sino como la fuente de alimentación de muchos de los museos antes llamados "provinciales", enriquecidos en no poca medida con estos depósitos temporales del Museo del Prado, centrifugados en parte gracias al caudal del clausurado Museo de la Trinidad.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 4 de septiembre de 2004