Cuando alguien utiliza la violencia para imponer sus ideales, pierde toda la razón que pudiera tener. Además, si esa crueldad va dirigida contra los niños, no hay palabras para describir algo tan abominable. Nuestros pequeños tienen el derecho a vivir y ser felices. Ante el horror necio ocurrido en la escuela rusa de Beslan, tenemos que comenzar una revolución dirigida a proteger a la infancia de todos los abusos que contra ella se cometen de forma continua y en tantos lugares del planeta. Reflexionemos sobre nuestra actitud para con los niños y cambiemos el rumbo de esta sociedad que se marchita.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 5 de septiembre de 2004