"¿Cómo te llamas? ¿Dónde están mis manoletinas?". Ana María Marín repitió como una letanía más de una docena de veces esas preguntas a su salvador, Isidro Martín del Río, preocupada por el paradero de sus zapatillas tipo torero, cuando éste la rescató de uno de los trenes de la muerte en la estación de Atocha, el pasado 11 de marzo.
Isidro, tras el primer bombazo, empezó a ayudar a la gente. "En uno de los vagones vi una mano que se movía. Era la de Ana. Me agaché, vi su cara, su brazo, había otros cuerpos encima de ella. Intenté hablarle y ya vi que estaba entera. Mi cosa era no intentar coger a alguien y quedarme con la mitad", relata Isidro.
Cuando estaban subiendo al andén desde las vías, estalló la segunda bomba y se quedaron un tiempo parados. Él tenía un tímpano afectado; ella, un fuerte golpe en la cabeza, del que sangraba abundantemente, heridas en la cara, una vértebra dañada y graves lesiones en el oído derecho.
Ayer se reunieron con un grupo de periodistas a los que contaron sus vivencias desde aquellas fechas. Ana vestía de beis y marrón; Isidro, de blanco y azul, y llevaba una mochila de la que colgaba una chapa con el lema "No a la guerra".
Isidro señaló que aunque sabe que varios sospechosos han sido detenidos como autores materiales del atentado, "sus" culpables son los que provocaron esa situación: "Bush y Aznar, por meternos en una guerra totalmente injusta e invadir un país por unos intereses que nada afectaban a nuestro país".
Tras señalar que había asistido a todas las manifestaciones en contra de la guerra, Isidro afirmó: "Casi me temía que podía pasar algo así y mis previsiones se han cumplido."
Isidro Martín del Río tiene treinta y tantos años, Ana María Marín es veinteañera. Para ambos la parte positiva del atentado ha sido la amistad que ha surgido entre ambos. "Nos conocimos en una situación tan extrema que tenemos la complicidad de haber vivido juntos algo que es como nuestro.
Es una sensación como de gemelos", señalaron.
Han vuelto juntos a Atocha. Fueron un domingo por la mañana cuando ella salió del hospital. Todavía había restos de la explosión. No han vuelto a subirse a los trenes de esa hora.
Cuentan que es una herida que tienen ahí y que aunque cicatrice estará presente para siempre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 9 de septiembre de 2004