Van dos semanitas desde que se cerró el paréntesis estival, y la ciudad donde vivo recupera su ritmo y su equilibrio. No me refiero a las actividades más o menos interrumpidas, sino al talante de los ciudadanos, que estos días pasados estaban de un humor de perros. Algunos persisten en su actitud desafiante y siguen llevando pantalones cortos a edad impropia y en lugar inadecuado, como diciendo: "Aún no me he readaptado, y qué". Pero el común se muestra tranquilo y tolerante.
Nada más lejos de mi intención que idealizar el pasado y menos mi falaz memoria, pero creo recordar que antaño el final de las vacaciones iba acompañado de un vago sentimiento de nostalgia que no tenía nada que ver con las malas caras, los bocinazos y los ademanes derogatorios que los automovilistas se intercambian gracias a la extensión del elevalunas eléctrico a todas las capas de la población. ¿Qué ha cambiado? Pues que antes el veraneo era un periodo consagrado a los placeres del cuerpo, a alguna transgresión pecaminosa y a las fantasías sentimentales que de ello suelen derivarse, mientras que hoy este mismo periodo se dedica a la reparación de la psique, alterada por las constricciones y responsabilidades que los modernos llamamos estrés. A esta terapia se la llama desconectar y todo está organizado con tal finalidad. Las personas con las que uno convive durante el año por trabajo, amistad o parentesco, salen catapultadas hacia lugares remotos y no hay forma de contactar con ellas, de modo que se crean vínculos efímeros y superficiales por la mera proximidad espacial o incluso por la angustiosa provisionalidad en que se vive lejos de la rutina, en tierra extraña y sin más brújula que el afán de desconectar. ¿Dónde hay una farmacia? ¿Dónde venden butano? Gran soledad espiritual a la que contribuyen los periódicos, que en temporada de desconectar parecen editados en un cráter de la Luna. Y así no hay quien permanezca conectado, por más que eche de menos su vida normal. Luego, la reinserción es un drama, porque uno no tiene la sensación de haber perdido el paraíso, sino de haber reingresado en la cárcel. Por suerte, la normalidad va recuperando terreno, y a estas horas el verano ya es sólo el recuerdo de una breve temporada en la UCI.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 13 de septiembre de 2004