Muchos le ven como un nuevo Hitler. Los místicos creen que hay una ley que manda que las naciones han de pasar por un Hitler, como usted tuvo un Franco, los franceses un Pétain y los latinoamericanos una miríada de generales. Otros miran las reformas del lunes que dan al presidente el poder que tuvieron los secretarios generales del PC. Y los zares. En realidad, imita a Bush: una agencia antiterrorista, los cambios en las elecciones regionales, la designación de diputados y gobernadores. Putin acude, naturalmente, al antiterrorismo: si todos odiamos el terrorismo, "venga de donde venga", la matanza de niños en Osetia, el desgarro de la imagen más sagrada que tenemos los laicos, un niño en un pupitre, nos impulsa a gritar de odio y a permitir leyes especiales que amarren a quienes ni siquiera son terroristas. Y lanzar palabras: dijo Putin el lunes que "los actores intelectuales y los que ejecutan ataques terroristas tienen como objetivo la desintegración del Estado, la división de Rusia". Las "actividades antiamericanas", decía McCarthy -y ejecutaba a los Rosemberg-; la "anti-España", decía Franco -y fusilaba-; la palabra "autoría intelectual" la he oído en Acebes, y la oiré en Aznar si llega a declarar en la podrida comisión. Sirve también para desprestigiar a los intelectuales, como si no bastara lo que hacen solos. Estas frases sirven para lanzar "la guerra preventiva", que Putin toma de Bush, y también la he oído elogiar en Aznar y ahora están en ella; apenas nos hemos zafado (¡Afganistán!); y llega a tales extremos que los de Bush se han ganado el odio de toda la población del prevenido intelectual Irak, incluso la que quería zafarse de Sadam. Los civiles son así: no hay que fiarse nunca de ellos. La matanza de veinte más en Faluya es del lunes. Tiene algo de razón Putin: tratan de dividir Rusia. Ni siquiera eso: tratan de ignorar Rusia, de ser ellos solos. Ellos no han cambiado, nosotros, sí.
Cuando los chechenos atacaban la Rusia comunista, les ayudábamos y armábamos, eran el "valeroso pueblecillo que se enfrenta con el oso soviético"; cuando estamos contra el terrorismo y contra las secesiones por el Estado grande, odiamos a los pueblecillos asesinos. Y lo son. El Kremlin es el nido de la democracia fuerte: si Putin se convierte en Hitler, es nuestro Hitler.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 15 de septiembre de 2004