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COLUMNA

Debate

A pesar de su nulo impacto social (casi la mitad de los valencianos no lo ha seguido, según un sondeo a medida para Presidencia), el debate de política general ha supuesto un éxito orgánico para el PP y el PSPV. Y de eso se trataba. Francisco Camps ya había intentado sellar las grietas internas a finales de agosto con una remodelación del Consell que si no contentaba a todos, tampoco agraviaba a nadie, protegiendo así sus flancos interno y externo de cara al debate. Y se empleó a fondo en su discurso para, a través de los datos de gestión, enjabonar a los consejeros de obediencia zaplanista y suturar el desgarro interno producido en los últimos meses, en los que muchas relaciones personales se han deteriorado. Asimismo, el propio transcurso del proceloso debate, y el tono en el que se desarrolló, le suministró frecuentes atolones para hacer pie y dirigir guiños unitarios a su grupo, el mismo que a finales de julio le había asestado el plante de una veintena de diputados en un pleno. El debate fue, en casi todo, un acto de exclusivo consumo interno dirigido a forzar la cohesión de los dos principales grupos de la Cámara mediante el enfrentamiento con el adversario. Las frígidas ovaciones del inicio de los diputados del PP a Camps se volvieron tan incandescentes como las que el grupo socialista dispensó a Joan Ignasi Pla desde que trepó a la tarima. A cualquiera que no hubiese perdido la perspectiva sobre el proceso de orfebrería orgánica que ha sufrido el socialismo valenciano desde 1995, y los resultados obtenidos por la formación en las tres últimas convocatorias electorales, le podía parecer un espectáculo impostado (incluso preparado y ensayado) que Pla fuese aclamado por los suyos como si fuera David Bisbal. Uno y otro, Camps y Pla, perseguían el mismo objetivo orgánico y lo lograron. Sin embargo, debajo del entusiasmo en el que flotan fluyen todavía sus grandes inquietudes. En Camps, el aplastante complejo respecto a su antecesor. Y en Pla, el vértigo de quien no desconoce que su última oportunidad expira con la legislatura y que la descoordinación con el Gobierno de Madrid le pone a los pies de los caballos a cada dos por tres.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de septiembre de 2004