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Entrevista:TROTAMUNDOS | RAFAEL ÁLVAREZ, 'EL BRUJO' - ACTOR | EL VIAJERO HABITUAL

Un sueño eterno

Este relato es un aldabonazo de ternura. Una visita a los relatos de aventuras y romanticismo. Los agradecimientos a su autor, El Brujo, que sigue fabulando desde un escenario con San Francisco, juglar de Dios, de Darío Fo.

¿Qué entiende usted por viaje?Así de bonito no lo diría a los diez años, cuando inició su vuelta al mundo.El asunto de la limpieza les preocupaba más que la comida.Luego vendría la segunda, 18 años después.Canguro y, de noche, crápula.Pero está aquí... Algo le hizo traicionar sus propósitos.Por favor, dígame que no abandonó su sueño de dar la vuelta al mundo.

Creo que es un despertador de la conciencia, una forma de romper con la rutina cotidiana. El Quijote es un viaje y la vida es un viaje. Lo es toda metáfora del vivir intenso.

El plan era salir de Torredonjimeno (Jaén) y llegar en bici a Málaga para tomar un barco y recorrer el mundo. Me acompañaba mi mejor amigo y llevamos una muda, cepillo y pasta de dientes, algo de dinero y un rollo de papel higiénico.

Eso a mi amigo, que insistió mucho en lo del rollo. El caso es que nos escapamos a las seis de la tarde, con 45 grados, y llegamos hasta el pueblo de al lado. Allí nos metimos en la piscina y gastamos el dinero en bocadillos, cervezas y cubatas. Bien colocados, pusimos fin a esa primera intentona.

Exacto. El segundo plan, con el mismo compañero, nos llevó a París. De allí iríamos a Rotterdam a embarcar. En París dormí mes y medio en la calle y en el metro, hasta que conocí a exiliados españoles del franquismo que me dieron mucho cuartelillo. Uno de ellos tenía un amigo pintor que me acogió en su casa de campo a cambio de que cuidara de sus niñas pequeñas. Por la noche me escapaba a la ciudad.

Recuerdo un día que regresé a la casa a las cinco de la mañana y no tenía llaves. Me senté en las escaleras y vi el amanecer más maravilloso de mi vida. Ese día decidí no volver jamás a España.

Una llamada de España ofreciéndome trabajo como actor. Pasé dos noches en vela decidiendo entre ser aventurero o actor. Al fin decidí que el romanticismo del aventurero duraría seis meses, tras los cuales mi destino sería de camarero. Así que volví.

¡Qué va! En los ochenta quedé con mi amigo en que diez años más tarde nos encontraríamos en la Puerta del Sol de Madrid, pero no acudí a la cita y supongo que él tampoco.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de septiembre de 2004