No soy lingüista ni político, pero he tenido la suerte de poder viajar un poco y establecer contacto con otros pueblos y conocer su cultura y sus lenguas. A los que se empecinan en ver diferencias entre la lengua hablada en el País Valenciano y la catalana -únicamente por razones de ideología política, sin ningún tipo de soporte científico ni rigor histórico-, les sugeriría que viajaran por la llamada Latinoamérica. Desde la Baja California hasta Tierra del Fuego, excepto en Belice, Brasil y las Guayanas se habla la lengua de Cervantes. En la mayoría de los países que he visitado es tal el uso que el pueblo hace de modismos, vocablos indígenas y neologismos adaptados de otros idiomas, sobre todo del inglés, que a veces hace irreconocible la hermosa y rica lengua hablada por Don Quijote y su escudero. Pese a ello, a nadie se le ocurriría decir que lo que hablan no es castellano y que es mexicano o argentino. Pues lo mismo sucede con el catalán. Todos los idiomas, ésa es una de sus riquezas, tienen sus lógicas e históricas variantes dialectales. Mis abuelos y tíos abuelos, emigrados a principios del siglo XX desde el País Valenciano a Cataluña, se sorprenderían si oyeran ahora los dislates que corren sobre el catalán, la lengua que ellos me enseñaron.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de septiembre de 2004