¿Cuál de los tres es el auténtico presidente Camps? ¿El político joven que en junio de 2003 prometía más diálogo, más juego parlamentario y una profundización de la democracia y de la autonomía; el que desgranó un anodino discurso el miércoles en las Cortes con picos dramáticos forzados por la queja recurrente ante la maldad del Gobierno socialista, o el bizarro personaje que levantó la voz tras las andanadas del líder de la oposición? ¿Qué esperaba? ¿Que no le pasara factura un largo año perdido en la batalla interna del PP? ¿Que nadie le recordara la espantada de los diputados zaplanistas? ¿Que no le recriminaran la capitulación ante el chantaje evidenciada en su inflacionario remodelación del Consell en pleno agosto? ¿Que no salieran a relucir la deuda, el despilfarro, Terra Mítica, las obras públicas, la indigencia total ante la Copa del América, la crisis industrial, las promesas pendientes en educación y sanidad, la eurorregión y el debate territorial? Tras la burocrática irrealidad del panorama que Camps describió con alarmante complacencia, el socialista Joan Ignasi Pla cumplió con eficacia su papel al endosarle, con toda la acritud, una buena ración de realismo. Y el presidente frunció el ceño (no se molestó en tomar ni una sola nota de cuanto decía su adversario) y certificó una indignada involución que daba por liquidado lo dicho al llegar a la Generalitat. Encerrado en el globo de los asesores, las encuestas, la desinformación de Canal 9 y el sectarismo, el PP da síntomas de añorar el autismo feliz de su periodo de poder total, en Valencia y en España, durante el cual pudo permitirse tratar a los críticos como traidores y a los oponentes como comparsas. El problema, como siempre, es que el contexto ha cambiado, dentro del partido (sólo hay que observarlo) y fuera del territorio valenciano. Esperemos que el vociferante político de la "nueva centralidad valenciana" (consistente en poner un dedo en el mapa y decidir que el centro está aquí), del anticatalanismo revisitado y del "nosotros solos" sea la comedia episódica de un presidente en apuros y no el arranque de una imparable espiral.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 20 de septiembre de 2004