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COLUMNA

Interpretación

Estos últimos días, lo de siempre: asesinatos, secuestros, atentados. Un baño de sangre y renglón seguido, un imán de luenga barba diciendo que el Corán no predica ni condona los hechos de sangre. Ha habido una interpretación errónea de los textos. La declaración me conmueve, porque su propia inutilidad deja entrever la desesperación de un hombre bueno que ve volar a golpe de dinamita los fundamentos de su fe y de su razón de ser en este mundo y en el otro. Pero el argumento es viejo y no vale. Tampoco los Evangelios propugnaban las Cruzadas o la quema de herejes; ni el gulag estaba contemplado en los sesudos análisis de Marx; ni el nacionalismo lleva incorporado el tiro en la nuca y la bomba lapa. Pero ahí están.

Por naturaleza o diseño genético el ser humano tiende a ser bueno o, al menos, a mantener una relación sostenible con los restantes miembros de su especie. Por este motivo, la solidaridad, el respeto y, en general, las buenas obras, no requieren justificación. Se hacen porque sí. En cambio, para cargarse a una persona hace falta un motivo de cierta envergadura, y si el objetivo es una colectividad, lo que hace falta es una ideología. Y para esta función, casi todas valen.

Ahora bien, los actos humanitarios hay que hacerlos a golpe de buena voluntad, normalmente quedan sin recompensa y además suelen ser aburridos. Saludar en el ascensor, ceder el asiento a un anciano o cuidar a un enfermo no son actividades estimulantes. Por el contrario, una buena ideología, una causa fetén, no sólo justifican cualquier barbaridad, sino que dan un subidón a quien mata o a quien se inmola berreando eslóganes. El problema es que, a diferencia de las buenas obras, que son labor menuda y pasan sin dejar rastro perceptible, las ideologías enseguida alzan el vuelo; los profetas son sustituidos por aprovechados, salvo que los propios profetas decidan hacer doblete, y el propósito inicial deriva en un aparato jerarquizado que a menudo actúa con voluntad propia, incluso contra los planes de sus propios adherentes. Como ya no hay responsabilidad individual, pasar a las vías de hecho cuesta poco. Entonces alguien ha de salir a decir que no era eso, que ha habido un problema de interpretación. Y a mesarse las barbas.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 20 de septiembre de 2004