Todos los años por estas fechas de inicio de un nuevo curso escolar surge el mismo dilema: "La elección o adjudicación de nivel por el profesorado".
La normativa vigente es muy clara y taxativa al respecto: "Se tendrán en cuenta prioritariamente los llamados criterios pedagógicos". Es decir, se supone que ante todo primará lo mejor para el alumno: "El profesor idóneo será aquel que por lógica didáctica y psicológica resulta más beneficioso para el niño".
Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones esto es "pura falacia", ya que al director o al equipo directivo del centro le resulta más fácil y menos embarazoso recurrir al último supuesto que contempla la normativa, en caso de duda, "la antigüedad en el centro". Así pues, en la mayor parte de los casos se resuelve de esta manera y... "borrón y cuenta nueva".
Ante todo esto, los padres, sujetos meramente pasivos en esta circunstancia, y los alumnos, "entes fácilmente manipulables", nada pueden hacer. Tan sólo les queda permanecer impasibles y recurrir a la Divina Providencia de que le toque en la lotería el profesor idóneo para su hijo. Eso sí, luego cacareamos "a bombo y platillo" el tan manido lema de la calidad de enseñanza y de la "democratización" con la toma de decisiones de padres y alumnos en los consejos escolares.
Pero la vida sigue y si unos padres son "afortunados" y les toca un profesor idóneo, responsable y profesional para sus hijos, pues... "brindis al sol". Al resto, ya saben: el recurso del pataleo, ya que si exponen sus "quejas" ante semejante barbaridad, a buen seguro que la administración y el equipo directivo de turno les responderá, suave, amable y concienzudamente, con estas elocuentes palabras: "Nadie sabe mejor que el profesor, que es un profesional de la enseñanza, lo que le beneficia al alumno".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 21 de septiembre de 2004