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COLUMNA

Fuego

Aunque desde Prometeo la domesticación del fuego se considera el principio de la racionalidad, su camino está repleto de episodios de barbarie. En el siglo III Herostratus incendió el templo de Artemisa en Efeso movido por el afán de notoriedad. La pira de la Biblioteca de Alejandría que convirtió en cenizas todo el saber del helenismo fue debida a una antorcha de Julio César. Pero el primer caso que se conoce de un incendio para recalificar el terreno es el de Nerón, que quemó Roma, no para tocar la lira, sino para edificar grandes villas patricias en los suburbios donde se hacinaban las gentes de aluvión. Después le echó la culpa a los cristianos, que entonces eran un germen revolucionario, igual que hizo Hitler con los comunistas en el incendio del Reichstag.

Este mundo materialista no se inició con la revolución industrial, ni con el sistema de producción en serie, ni mucho menos con la publicación de El Capital en una pequeña imprenta de Hamburgo. El materialismo contemporáneo comenzó cuando los bosques empezaron a perder su carácter sagrado. Los hombres de Cromagnon aprendieron a usar el fuego para inventar el mundo en la oscuridad de las cuevas. Vivían en el asombro y se enfrentaban a muchos misterios. Su cultura duró alrededor de 20.000 años. Después, la relación del hombre con la naturaleza aún se basaba en la poética de aquel misterio y el interior de las frondas era un territorio donde habitaban seres distintos como los gnomos y las hadas. De niños todos participamos de esa visión panteísta. Recuerdo que mis padres nos llevaban a la aldea en coche cuando todavía era noche cerrada. Íbamos contando estrellas por la ventanilla hasta que nos quedábamos dormidos, y cuando nos despertaban ya era de día y estábamos rodeados de caballos salvajes. Más tarde descubrí que aquel territorio mitológico también había servido de refugio a los maquis.

Este mes de septiembre he subido de nuevo a la Sierra Calderona en medio del silencio carbonizado de las piedras. Fue el último gran incendio del verano. A pesar de que la ley prohíbe edificar en tierra quemada, los grandes negocios inmobiliarios siguen montándose sobre cenizas. Ahora cualquier Nerón puede tocar la lira sobre el paisaje incendiado donde edificará su Tierra Mítica.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 22 de septiembre de 2004