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Crítica:

Las pequeñas duquesas

Pedro García Montalvo relata con maestría en su nueva novela la relación, trágica y emotiva, entre dos hermanas. El autor regresa de nuevo al escenario de calles y parques de Madrid para desarrollar la historia. Una obra en la que destaca el dominio narrativo de los detalles.

Hay escritores periféricos que lustran el adjetivo como si fuera placa dorada de estomatólogo de prestigio; y hay otros que son periféricos a secas, y encima, el que nos ocupa, murciano, que lleva en solitario una sólida trayectoria narrativa, de esas que entusiasman a unos cuantos lectores advertidos, aunque cabe imaginar que Pedro García Montalvo, profesor de literatura en su ciudad natal (Murcia, 1951), preferiría que esos puñados de lectores advertidos (ajusticiarlo como escritor de culto es ponerle a secar, colgado de los pies) fuesen más numerosos. En los ochenta se acercó a la posguerra madrileña, con dos colecciones de relatos y El intermediario y Una historia madrileña (Cuerda la llevó al cine con el título de La viuda del capitán Estrada), dos novelas excelentes que pasaron sin pena ni gloria para los lectores ávidos de novedades y que hallaron refugio en esos advertidos, dos libros que publicó Seix Barral, y que supongo que acabarían en pulpa de papel, para poder imprimir otros libros de no la misma calidad, acaso.

RETRATO DE DOS HERMANAS

Pedro García Montalvo

Destino. Barcelona, 2004

296 páginas. 20 euros

En 1997 inicio otro ciclo na

rrativo, trasladándose de la posguerra a esta época, con Las luces del día (Pre-Textos), que es para mí su mejor novela. Montalvo no abandona nunca la geografía urbana madrileña y por ella deambulan almas a la deriva, seres desnortados, como si esta geografía real fuera mítica, del mismo calibre que Región, Celama o el condado de Faulkner. En los relatos de Montalvo las calles, los parques, algunas tiendas, cafés tienen un valor importante en cuanto no son accesorios, meros escenarios de cartón-piedra, sino que ayudan a delimitar el perfil psicológico de sus personajes. En esta novela, que felizmente nos trae el otoño literario, y en la que ojalá confluyamos todos, ávidos y advertidos, se nos da el "retrato de dos hermanas" (es un título excesivamente soso y convencional, como si no quisiera deslumbrar desde la portada, sino dejarnos pasar sin ruido a su interior, donde está no el género por el calor sino por calidad); las pequeñas duquesas, como las llama su padre, dos extraordinarios personajes, naufragados por la violencia del amor-pasión y asidos al mismo tablón, el de la fraternidad, el hermoso amor de dos hermanas (una relación contada con una sensibilidad y un acierto notables por un hombre, lo que tiene su aquel, y no es el lugar para extenderse en este hecho, pero sí subrayarlo), que hará más llevadero ese descenso a los infiernos por los desgastados escalones de la escalera de caracol del amor-pasión, sobre todo en el caso de Sandra, la hermana pequeña (no sé muy bien por qué me recuerda el caso, real o legendario, de la muy atractiva actriz norteamericana Jean Seberg). Montalvo no monta un escenario de cartón-piedra para narrar esa relación, dura, trágica y emotiva, entre las dos hermanas. Al contrario, cuenta muy bien lo que observa, valora los mínimos detalles, no se le escapa una mirada, un gesto (esa reunión familiar "rodada" en un solo "plano" con la sabiduría de los grandes), pues cualquier anécdota por nimia adquiere sentido. Así consigue también que todos los personajes, esporádicos o no, contribuyan a colorear el mosaico de mil teselas, secretos, sensaciones, miradas, dudas, caricias, reproches con los que ha hecho este libro. Y quisiera referirme sólo a una escena, aparentemente trivial, un paseo por el parque de Berlín, de Sandra reconciliándose desde su desvarío emocional con Fabián, su paciente, silencioso y comprensivo marido, las gemelitas, y detrás la otra hermana, retirándose, poco a poco, del cuadro familiar que se va restaurando. Es una escena casi vulgar por su sencillez, pero contada por Montalvo es de una gran hermosura. Este murciano periférico es así.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 25 de septiembre de 2004

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