Ahora, por tener el coche en Barcelona, aunque no lo utilices casi nuca, te tendrás que empadronar en la ciudad, pagar el impuesto de circulación, pagar un euro y cambiarlo de lugar cada semana.
Y encima lo hacen "por nuestro bien", para reducir los embotellamientos, como si su existencia no fuera suficientemente disuasoria.
Al menos que no nos traten de tontos y hablen claro. Parece que en Barcelona sólo se puede trabajar, pagar, volver a pagar y callar.
Lo que más me desarma es la poca respuesta de los ciudadanos a cada nuevo abuso del Ayuntamiento y del poder en general. Cualquier día nos llevarán al matadero y todavía iremos contentos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de octubre de 2004