Israel Galván siempre es un enigma. Se sabe que va a romper, pero jamás hasta dónde llegará su audacia. En esta ocasión ha ido más lejos que nunca, a unos límites que, en ocasiones, rondan ya otras galaxias. El mejor bailaor de todos los tiempos, dicen. No sé, no lo sé. Es un bailaor adelantado a su tiempo, esto sí es cierto, pues nadie ha bailado así jamás. En Arena se cuenta una corrida de toros. Pero a su modo, sin ninguna conexión con una realidad tangible. Las escenas filmadas de público, de gente en los ruedos, son pura anécdota. Lo que importa es lo que está en Israel, en su entorno. En el toro Granaíno, por ejemplo, todo pasa en torno a una silla mecedora. Todo. Y es impresionante lo que hace Galván, cómo se integra en la silla, cómo forma un todo con ella o se desprende suavemente de ella, cómo baila con la silla como una parte más de su propio cuerpo. ¿Pero es baile eso? Una pregunta que nos haremos en más de una ocasión a lo largo de la representación.
Arena
Baile: Israel Galván. Guitarra: Alfredo Lagos. Cante: Enrique Morente, Miguel Poveda, José Anillo. Gaita del Gastor: Mercedes Bernal. Recitado: Diego Carrasco. Piano: Diego Amador. Teatro Maestranza. Sevilla, 3 de octubre.
Hay toros más dramáticos, hay toros más ligeros. El toro de las alegrías, Pocapena, nos da la imagen de un Galván que hasta se hace casi clásico, bailando por derecho. Pero es de las pocas ocasiones en que le vemos así, tan normal. Por lo general, su imagen es bien otra, paseándose en torno al albero. En el toro Burlero es el soniquete, el sonar de palmas, en la voz de Diego Carrasco. Por bujerías de Jerez. Y Galván, que vuelve a ser clásico como nunca, integral, redondo hasta donde puede serlo un hombre como él, que siempre, siempre, es distinto.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 5 de octubre de 2004