Soy un profesor de Enseñanza Secundaria. Doy clases desde hace 20 años. Quiero contar algo que me ha sucedido hace unos días en el centro IES Fernando de Herrera, donde trabajo este curso.
Ese día empiezo mi jornada a las 9.15 horas. Justo cuando estoy entrando por la puerta del centro, toca la campana del cambio de hora. Voy a mi departamento a recoger los libros. Está en la primera planta y la clase está en la planta baja, así que subo, recojo el material y bajo: tres minutos.
Al llegar a mi aula, la directora está en la puerta para que los alumnos no formen ruido. Inmediatamente me pregunta, con un tono irritadísimo y crispado, gritando delante de los alumnos, que por qué llego tarde. Me quedo tan estupefacto por la violencia verbal que no puedo decir una palabra.
Es la primera vez en mi vida profesional que me sucede esto. Es el desfase entre lo que realmente sucedió (tres minutos de retraso) y el tono agresivo, desmedido, brutal, con que se dirigieron a mí, lo que me hace escribir esta carta.
Uno de los valores más necesarios en la enseñanza es la amabilidad, hacia los alumnos, entre los compañeros y de parte de la dirección. Sin ella, contribuimos al aumento de la crispación que ya se observa en las relaciones entre profesores, alumnos y direcciones.
Por favor, seamos amables, seamos pacientes, dominemos nuestra violencia verbal.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 6 de octubre de 2004