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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL

Dunas rojas del Kalahari

MONCOFA (CASTELLÓN)

AGOSTO DE 2004. En Ciudad del Cabo alquilamos un Land Rover e imaginamos las entrañas de la nueva África. Ni guías ni viajes organizados: no queríamos tenerlo fácil. Salimos, y la soledad se convirtió en compañera: ni un coche, ni una sombra donde cobijarse; miles de kilómetros de silencio. De repente apareció nuestra salvación: Pofadder, un pequeño pueblo en cuya gasolinera una señora de origen holandés nos advirtió de lo aventurado del viaje: "Nadie recorre Suráfrica por su cuenta: es muy peligroso". Y nosotros, que sólo hallamos amabilidad, saludos y belleza inmensa e inesperada como el cielo. Al llegar a las puertas Upington ya había caído la noche. Cerca del parque nacional del Kgalagadi (transfronterizo con Botsuana), grupitos de bosquimanos salieron para vendernos collares, huesos y huevos de avestruz decorados. Además de regalos, nos llevamos miles de sonrisas fijadas en nuestras cámaras. Fueron sorprendentes las horas que disfrutamos a través de las dunas de arena rojiza del desierto. Lo que sentimos (rugidos de león en la noche, ojos de chacal tras nuestros pasos, antílopes saltando ante el coche...) sólo podía ser un sueño. Pero podemos asegurar que era cierto. África no es un sueño y está tan viva que te cambia para siempre.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de octubre de 2004