Es realmente triste encender el televisor todos los días y toparnos de bruces con una realidad cada vez más cruel y sanguinaria. Ha pasado poco más de un mes desde que unos desalmados acribillaran a tiros a más de 300 personas, la mayoría niños que se disponían a comenzar un nuevo curso escolar. Ocurrió en Osetia del Norte, y así se extiende el drama al resto del planeta. Cada día mueren cientos de niños, cientos de seres inocentes a los que ni siquiera les permiten percatarse lo más mínimo de dónde les han traído, criaturas que nunca podrán llegar a ver el rostro de sus padres, a desarrollar su tierna inocencia y crecer hasta hacerse hombres o mujeres.
Es la imagen desgarradora que tanto se repite por mor de la pobreza, el hambre, el terrorismo, y lo que es peor, la injusticia; ahí radica el origen de este drama que machaca una y otra vez nuestras conciencias. La injusticia que ya no distingue entre mayores y pequeños, y si no, basta echar una mirada al genocidio que Israel comete sobre el pueblo palestino bajo el amparo de las grandes potencias mundiales, niños que son asesinados vilmente camino de la escuela. De verdad, ¿qué estamos haciendo? ¿Cómo se puede parar esta locura? Insisto, es un problema de injusticia, ¿qué culpa tiene un niño de que sus mayores no sepan arreglar lo que hacen mal? Son las preguntas que necesitan una respuesta urgente, de lo contrario seguiremos convirtiendo en mártires a quienes se les niega el derecho a vivir por capricho de unos fanáticos y unos gobernantes incapaces de actuar más que de cara a la galería.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 15 de octubre de 2004