Soy un madrileño al que siempre le ha gustado practicar deportes, especialmente los de equipo, aquellos que hacen más hincapié en valores como la colaboración, el sacrificio, el compañerismo... Vamos, lo que se ha dado en llamar el espíritu olímpico.
Pues bien, el pasado sábado 16 de octubre, como otros muchos madrileños y madrileñas, comenzaba a practicar mi deporte favorito, el baloncesto, en el marco de una de las ligas municipales que se organizan a través de los distritos, concretamente el distrito de Tetuán, en mi caso; y el resultado no fue obtener satisfacción alguna, ni siquiera tras la victoria, sino un supino cabreo ante la esperpéntica cancha de juego.
Fuimos citados en unos campos de la calle de Sinesio Delgado, donde, entre otras muchas cosas, la amenaza de que los aros dieran la razón a Newton y su Ley de Gravitación Universal hacía imposible jugar.
El cercano campo sustituto sí contaba con aros sanos, pero las dimensiones no eran ni mucho menos reglamentarias (a menos que se hayan cambiado las reglas del juego y la línea de tres puntos deba situarse ahora donde el antiguo tiro libre); la superficie se encontraba llena de hojarasca y tierra del parque anexo, siendo cuestión aparte los cristales rotos que caracterizaban el antihigiénico entorno de juego.
Para más inri, los usuarios de los deportes municipales hemos sido objeto de una estafa de lo más legal por parte del Ayuntamiento, responsable último de dichas ligas municipales, ya que si no se ha subido de precio la ficha del jugador, sí se ha obligado a la compra de un mínimo de 20, las cuales son claramente exageradas para deportes como el baloncesto, fútbol-7, fútbol sala o voleibol.
Así que me pregunto ¿para quién el espíritu olímpico que reclaman de la ciudadanía las autoridades municipales?
Supongo que para los comisarios internacionales y para aquellos que realmente harán negocio con la deseada designación olímpica de la capital.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 19 de octubre de 2004