Esperar de un dictador que decida retirarse es casi un imposible. Fidel Castro -78 años, de los que lleva 45 en el poder (récord planetario)- no tiene ninguna intención de pasar el relevo, pese a la cada vez más patente, y patética, merma de condiciones físicas. Su caída en un mitin de Santa Clara -último percance público conocido tras el desmayo de 2001- le ha dejado con un brazo en cabestrillo y una rodilla fracturada y con una aureola de alguien que ha perdido el sentido de la realidad de su país. El futuro de Cuba se presenta cada vez más incierto ante la obstinación de su caudillo en no ceder un milímetro ni liberar a los disidentes que mantiene en prisión, como el poeta Raúl Rivero.
La carta dirigida ayer a los cubanos, en la que explica cómo asesoró a sus médicos en la operación tras el tropiezo, combinando las impresiones del paciente con las opiniones de los cirujanos, es una señal más de una megalomanía que desalienta la esperanza de que Castro vaya a ceder el poder o, al menos, abrir cauces de diálogo con la oposición para posibilitar una transición pacífica a la democracia. Pese a todo, tiene razón Berlusconi -y no Loyola de Palacio- cuando expresa su deseo, probablemente quimérico, de que el accidente le sirva para corregir su determinación de aferrarse al poder de por vida.
El acta de defunción política de Castro fue ya expedida hace tiempo. Y por muchas proclamas que haga sobre la perpetuación del sistema, él debe saber que no es posible la supervivencia del castrismo sin Fidel, como no lo fue en España un franquismo sin Franco. Eso lo tendrían que aprender sus más estrechos y aduladores colaboradores, que temen al futuro tanto como el resto de los 11 millones de ciudadanos que viven en la isla.
El enrocamiento ha quemado las posibilidades sucesorias del propio régimen -si es que las tuvo alguna vez-, empezando por su hermano, Raúl (que tiene ya 74 años), y acabando por apuestas más juveniles, como el ministro de Exteriores, Felipe Pérez Roque, o el secretario de Castro, Carlos Valenciaga. La salida tendrá que encontrarla el propio pueblo cubano y a ello debería contribuir la UE con cauteloso pragmatismo, con gestos que faciliten puentes negociados de diálogo y no de ruptura.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de octubre de 2004