Es posible que Madrid tenga una deuda con Santiago Calatrava, como, por otra parte, con otros muchos arquitectos. Pero ¿no hay una estación de metro, de tranvía ligero o pesado, algún puente o pasarela sobre la M-30 que pueda realizar? ¿No hay alguna remodelación de museo, ampliación de hospital o edificio de oficinas que pueda llevar su sello? ¿No puede emplear Caja Madrid su dinero, en realidad el de sus clientes, en algo mejor? Porque francamente, el obelisco de la plaza de Castilla parece una de esas antorchas para jardín de Ikea que lo mismo sujetan una vela que una barrita antimosquitos. Lo peor es que se trata de una tontería en movimiento -por cierto, ¿quién va a pagar ese movimiento?-, un desperdicio de energía y recursos y una nueva obra en Madrid sin el más mínimo debate.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 28 de octubre de 2004