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Crítica:

Libros de artista

Escritores y pintores están destinados a engendrar una nueva obra de arte surgida de su mutua inspiración, que cada vez da más frutos. El CGAC exhibe esas relaciones durante el siglo XX a través de cuatro momentos clave. Una muestra en la que se aprecian páginas ilustradas por Kandinsky, Miró o Saura.

Pintura y literatura se han relacionado entre sí de muy diversas formas a lo largo de la historia, pero a comienzos del siglo XX nació un nuevo vínculo entre ambas artes con la edición de los libros de artista, en los que por primera vez existe una colaboración al mismo nivel entre el artista plástico y el creador literario, a diferencia de lo que ocurría con el libro ilustrado. La exposición Las palabras de la pintura se detiene en cuatro momentos puntuales del siglo XX para mostrarnos los distintos vínculos que pueden llegar a establecerse a través de estos volúmenes entre dos disciplinas que parecen estar condenadas a encontrarse una y otra vez.

En ocasiones el libro de artista se realiza a través de la colaboración entre un pintor y un escritor, como es el caso de Sonia Delaunay y Blaise Cendrars en La prosa del Transiberiano, un auténtico poema visual, realizado en 1913, que ha pasado a la historia como el primer libro simultaneísta. Este movimiento planteaba que la pintura del siglo XX debía basarse en la yuxtaposición de colores puros y en contraste, y Cendrars aplicó este postulado a su poesía al recurrir a la yuxtaposición de sensaciones presentes y recuerdos.

LAS PALABRAS DE LA PINTURA

Centro Galego de Arte Contemporánea

Valle Inclán, s/n

Santiago de Compostela

Hasta el 12 de diciembre

Otras veces es la misma persona quien realiza la parte literaria y plástica del libro de artista. Kandinsky lo hizo en 1912 con Sonidos, una obra importante dentro de su evolución, donde se mezclan música, arte y literatura para ofrecer como resultado final unos grabados acompañados por textos donde la imagen y las palabras renuncian a toda función descriptiva para actuar directamente sobre el alma, al igual que sucede con la música.

Tras estos dos ejemplos de los inicios del libro de artista, el recorrido por la exposición nos lleva al tramo final de la década de los veinte para descubrir la novela-collage La mujer de las 100 cabezas, un volumen prologado por André Breton e ilustrado y escrito por Max Ernst y que está considerado como el más bello poema surrealista jamás escrito. Las escenas oníricas que ilustran el libro nos recuerdan inevitablemente a los Caprichos de Goya.

La parte final de la muestra está dedicada a la segunda mitad del siglo XX, cuando las relaciones entre pintura y literatura se van haciendo cada vez más sutiles y dan pie a libros como Las Constelaciones, de Joan Miró, concebida de una forma muy alejada de la literatura pero relacionada con el pensamiento verbal a través del mecanismo de creación de la obra. Por su parte, Antonio Saura dedicó uno de los últimos años de su vida (1994) a realizar cada día un dibujo inspirado en un artículo de la prensa diaria. Nulla dies sina linea (ningún día sin una línea) es un catálogo ilustrado de la realidad diaria vista por la perspectiva de un artista que, de alguna forma, renuncia a la creación y decide que su inspiración queda en manos de las auténticas novelas ilustradas del siglo XX: los periódicos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de octubre de 2004