Es lo que nos embarga y nos domina, lo que nos quita el sueño. Es la ansiedad. Lo dicen los psiquiatras que hoy clausuran en Bilbao su octavo congreso nacional: entre el 20% y el 25 % de los ciudadanos españoles padece algún tipo de patología mental, mayormente depresión y ansiedad. Supongo que los vascos, de momento, formamos parte de las estadísticas. Los vascos y las vascas, por lo demás, nunca sufrimos carestía alguna de locos y de locas, de avilantados y de avilantadas que no venían de Ávila, por cierto, sino de las profundidades del Duranguesado, del alto y bajo Deba y por ahí, es decir, de aquí mismo.
Somos, desde hace siglos, buenos proveedores de santos, locos y héroes. Hasta nuestros escasos poetas sufrieron en su día unas pedradas de gran calibre, desde el loco Ramón de Basterra a Blas de Otero, pasando por Unamuno y Juan Larrea, empeñado en hallar la osamenta perdida de Prisciliano en el sepulcro del apóstol Santiago. Y qué decir del inmortal Sabino (apóstol de la patria) y de sus desafueros españolistas últimos.
La ansiedad, desde luego, de ninguna manera puede ser patrimonio español. ¿Puede haber alguien más instalado en la ansiedad que nuestro lehendakari? Una nación sin Estado debe ser, en efecto, una imponente fábrica de frustración y, consecuentemente, de ansiedades. Un potentísimo amplificador de toda clase de ecos sentimentales, llamados y demandas inaudibles para los descreídos. La nacionalidad fue durante unos años un placebo que ha dejado, por fin, de hacer efecto. Ya no basta pensar en que formamos parte de una nacionalidad de carácter histórico. Somos una nación con un plan (nacional) que ha de ser sancionado por los vascos y vascas. No es extraño, por tanto, que Ibarretxe presente ese aspecto de divino impaciente. Es la ansiedad (la ansiedad de los santos y los héroes) la que le mina y la que le ilumina la tonsura.
El señor Zapatero, por el contrario, parece sosegado como después de leer a San Juan de la Cruz. Ha logrado la foto del año: la foto del sosiego, la de la España real. Eso es lo que él afirma. La ansiedad de Ibarretxe, parece que nos dice Zapatero, forma parte de la España real y debe, por lo tanto, salir en esa foto de conjunto que es la foto completa de España, la que en los últimos ocho años nadie había podido o querido sacar. La ansiedad de Ibarretxe pasa a segundo plano en esa foto de familia en donde puede verse al presidente (que diría Salvador de Madariaga) con sus presidentitos. Pero me temo que eso, precisamente eso, es lo que inflama aún más la ansiedad de Ibarretxe, que ansía dejar de ser uno de los presidentitos autonómicos del señor Zapatero. Todo esto, realmente, no es demasiado tranquilizador. Los tiempos de mudanza, inevitables, nunca resultan tranquilizadores, sino bien al contrario. Son tiempos de ansiedad. Más que en la España real, lo que ha logrado el señor Zapatero es instalarnos en la España mágica, con el riesgo añadido de que Sánchez Dragó (horror) vuelva a la carga.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 30 de octubre de 2004