En caso de que Bush ganase las elecciones, los halcones de Washington podrían perder mucho peso en el nuevo Gobierno. George W. Bush ya tenía previsto desde hace varias semanas remodelar su equipo, pero el cambio en principio no iba a afectar a sus colaboradores más cercanos.
Tras una campaña exhaustiva, que se hizo mucho más cuesta arriba de lo que se pronosticaba, sus asesores más estrechos -el estratega Karl Rove; el vicepresidente Dick Cheney; el jefe del gabinete Andrew Card, y el director de Comunicación Dan Bartlett-, no han enviado ninguna señal clara de por dónde irían los cambios. Eso, unido al procedimiento habitual de una Casa Blanca que ha cultivado el secretismo, significa que no hay más que especulaciones. La gran cuestión era si el núcleo neoconservador más duro iba a perder influencia o a mantenerla en la hipotética nueva Administración.
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Bush sufrió un fuerte desgaste por los errores de Irak, y eso quiere decir que el primer nombre del que se hablaba en Washington para dejar el Gobierno en caso de Bush venciese, sería el de Donald Rumsfeld, secretario de Defensa.
Rumsfeld, de 72 años y que ha sido el jefe del Pentágono más joven y el más viejo de EE UU (en 1975, con Ford, y en 2000, con Bush), prometió, en contra de la opinión de varios mandos militares, que podría ganar la guerra con un despliegue relativamente ligero; así ocurrió, pero aquel Ejército no tuvo después soldados suficientes para evitar los saqueos ni para impedir insurgencia. El precio ha sido carísimo en vidas, dinero y capital político.
Rumsfeld, en la picota
Otra catástrofe de la que es responsable Rumsfeld -en otros tiempos la gran estrella del Gobierno- es la de Abu Ghraib y la política de interrogatorios en Irak, Afganistán y Guantánamo, una de las peores lacras de la Administración. Tras una salida de Rumsfeld, se llegaron a mencionar dos sucesores dependiendo de la suerte que iban a correr los neocon: uno de ellos sería Paul Wolfowitz, número dos del Pentágono.
La segunda opción vendría de la mano de Condoleezza Rice. La consejera de Seguridad ha dicho a sus colaboradores que pretende regresar a California, a su Universidad de Stanford pero, probablemente haría lo que el presidente le pidiese.
Colin Powell sería la otra gran incógnita. Su lucha con Rumsfeld y Cheney fue continua; su prestigio quedó dañado con la presentación ante la ONU de las supuestas pruebas de las armas. Como en el caso de Rumsfeld, ése podría ser precisamente el argumento de su continuidad (si es que Bush y él lo querían): reparar su imagen y prestar aires de moderación en un Gobierno.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de noviembre de 2004