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CARTAS AL DIRECTOR

La libertad de creer

Los sectores conservadores vigías del orden y la tradición recurren desde hace cierto tiempo a un vocablo que tradicionalmente le atribuían connotaciones negativas y asociaciones libérrimas.

La usurpación del término libertad por parte de sus antiguos detractores abre cierta pesadumbre entre personas que durante muchos años defendimos la libertad como uno de los derechos fundamentales de la persona.

Resulta paradójico que sectores conservadores de la Iglesia católica española, que durante décadas consiguieron conjugar la religión y la política bajo el eufemismo del nacionalcatolismo, se presenten ahora como perseguidos por un laicismo intolerante. Conocemos la libertad que ellos defienden, la de condicionar la libre elección de las personas e imponer normas de comportamiento, cada vez más alejadas de un mundo real, cuya evolución social y cultural les está suponiendo un alejamiento, incluso de su base cristiana más activa, como eran y aún son la comunidades de base.

Desde mi condición de ateo siento un gran reconocimiento hacía todas las personas que han encontrado la fe que reconforta las asperezas de este mundo. Realmente, la libre elección personal de creer supone una reflexión existencial para afrontar este mundo calamitoso e injusto.

Las personas que no tenemos fe en la vida eterna, que pensamos que sólo tenemos esta vida y creemos que una vez muertos no hay nada, igual que antes de nacer, valoramos la fe como opción personal, íntima y a desarrollar libremente, pero de manera autónoma, sin intentos de mantener privilegios y concordatos alejados de una sociedad democrática, heterogénea y respetuosa con la libre conciencia de cada individuo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 4 de noviembre de 2004