"Todo va muy rápido menos lo que tenía que ir despacio, y viceversa". Éste es el teorema de Vicentín, un jubilado madrileño de talante estoico y socarrón. Últimamente, Vicentín está que trina; le da vértigo la siniestra situación del mundo, en general, y el caos de Madrid, en particular. Es un firme defensor del Madrid olímpico, pero las obras que nos esperan "van a constituir el camino de la amargura para los ciudadanos en los próximos años y van a incrementar ejemplarmente el tráfico infernal de la ciudad, la polución y el encarecimiento de la vivienda". A la hora del aperitivo, Vicentín se aposta en la barra, apura el vermú y se queda como ido, como si estuviera en las nubes.
-¿Dónde estás, Vicentín?
-Estoy en Babia, que es el único sitio donde se puede retozar sin molestar a nadie y sin que te encabriten las circunstancias exteriores.
No anda errado el buen hombre. Sus palabras han sido corroboradas esta semana por la Unesco, que ha declarado reserva de la biosfera a esa comarca leonesa. Porque Babia existe, de igual modo que existen Las Batuecas, idílico enclave donde también se pasa bomba sin pagar un duro y sin tener que desplazarte físicamente al lugar. Babia permite a cualquier persona ejercer el sublime arte de la bilocación, es decir, llevar a cabo una especie de brujería que hubiera sido perseguida de oficio por la Inquisición. Sin embargo, Babia es un reducto necesario, un milagro cotidiano que no precisa de pócimas o encantamientos como los que hemos podido ver estos días en Madrid en el XVIII Foro Internacional de las Ciencias Ocultas y Espirituales, que se clausura hoy. A lo mejor llevan a Babia la estatua de Franco y acaban con el chollo. ¿Tú que piensas al respecto, Vicentín?
-Los jóvenes tienen que saber quién fue aquel hombre, y los viejos no deben olvidar lo que nos hizo el general. Por lo demás, para nadie es un secreto que todas las estatuas tienen la cara muy dura. Los iconoclastas tenían sus razones, y las estatuas debieran dejarnos en paz a los ciudadanos. En Babia no deben entrar efigies jamás.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 7 de noviembre de 2004