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COLUMNA

Ensimismados

Relación o autoafirmación. Comunicación o autismo. La dicotomía es tan antigua como la sociedad: encerrarse y mirar hacia dentro o abrirse y salir al encuentro. En la terminología que usó Ortega y Gasset para su meditación sobre la técnica, se trataría de contraponer la "alteración" al "ensimismamiento", mientras la moderna sociología hablaría de desanclaje y reanclaje. Pasado por el tamiz de la política, el asunto se simplifica hasta el escándalo y todo se reduce a defenderse de enemigos o a salir confiados en busca de aliados. En eso, como en tantas cosas, la política conservadora de hoy en día, tan maniquea y tan rentable, parte de unas premisas surgidas de las complejidades del botijo. Sin ir más lejos, Bush acaba de ganar su reelección en Estados Unidos enarbolando el espantajo de un incendio de terror mundial que ha contribuido a alimentar con sus errores y su fanatismo. No es un descubrimiento nuevo: el miedo colectivo es un arma electoral de escalofrío. A una escala doméstica, Francisco Camps, el presidente de los valencianos, a lo que se ve rodeados de bárbaros, hace lo mismo. Más allá del episodio de las traducciones de la Constitución europea (donde Maragall echó a perder con una salida de tono innecesaria una línea de conducción del conflicto en cuyo fondo tiene más razón que un santo), el discurso del jefe del Consell está lleno de énfasis defensivo, de autoafirmación crispada, de centralidad ensimismada y de victimismos suavemente autistas. Es una lástima, porque Camps tiene talante personal para otros juegos, más productivos y menos reduccionistas, más generosos en su mirada estratégica. Ensimismados, pues, los valencianos construimos, tal vez sin darnos cuenta, lo que Canetti denominó un "símbolo masa", es decir, una reducción a rasgos sumamente simples de los fantasmas colectivos más conspicuos. Así, nosotros solos, con ese obstinado y, en el fondo, gratificante anclaje en el sentimiento de amenaza, -no necesitamos pactos, ni eurorregiones, ni mediadores, ni interlocutores, ni nada de nada-, estamos cada vez más orgullosos de no dejarnos llevar por otros (siempre que no sean de nuestro partido, claro). Pero ¿adónde vamos?

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de noviembre de 2004