Me llamo Mario, tengo tres años y los lunes siempre lloro mucho. Como ya soy mayor, voy al cole y me divierto muchísimo. Lo que más me gusta es que por primera vez tengo amiguitos. Pero hay otra cosa que no me gusta: los lunes me separan de los demás. Cuando hay religión, viene una mujer, que no es mi seño y que le da igual que llore, me coge de la mano, me separa de mis compañeros, me saca de la clase y me lleva a otro sitio mucho rato. Soy muy pequeño y no entiendo nada. Me paso una hora y media llorando sin parar.
La seño nos ha explicado que en el colegio se fomenta nuestro desarrollo afectivo, social y moral, aprendemos a relacionarnos y a convivir. Pero eso serán los otros niños, porque a mi lo que me enseñan es que yo soy el raro de la clase, que soy diferente, que a mi me quieren menos que a los demás. Por eso me separan. Por eso lloro los lunes.
Menos mal que mis papis siempre me han querido mucho. Por eso, impotentes, están dispuestos a renunciar a sus convicciones para que yo deje de sufrir los lunes. Dicen que no les compensa. Incluso el otro día me dejaron con mis amiguitos en clase de religión.
Mis papás dicen que se sienten coaccionados, que las diferentes opciones religiosas no debería impartirse en horario escolar, que nadie debe ser obligado a declarar su ideología o creencias, que se confunde educación con adoctrinamiento, que habría que revisar los arcaicos acuerdos entre la Santa Sede y el Estado, que no entiende como no damos idiomas y sí religión.
Mis papis están hechos un lío y se ven en una encerrona. Pero yo tengo sólo tres años y no entiendo. Lo único que digo es que los lunes no me saquen de clase. Dejad que siga siendo feliz.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 10 de noviembre de 2004