En los últimos años, la evolución del trabajo de Charris parecía decantarse por una síntesis económica de su vocabulario icónico, que tendía a centrarse en motivos de corte más intimista y a otorgar un mayor énfasis a los valores estrictamente pictóricos. Sin embargo, como acostumbra a ocurrir con las figuras complejas, nos depara a la postre una sorpresa en esta muestra que, con un drástico golpe de timón, invierte por completo esa tendencia. Pues, pese a incorporar diversos sectores de su poética, tanto en el ciclo presentado en Madrid, con el título de Confetti Street, como en el que simultáneamente ofrece, bajo la divisa de Rancho loco, en la sede valenciana de la galería, lo que emerge ante todo, y con marcado frenesí, es la entraña más pop, aquella que nutre, mediante la apropiación y maridaje de estereotipos, su punzante discurso conceptual sobre el devenir de la plástica contemporánea.
ÁNGEL MATEO CHARRIS
Galería My Name's
Lolita Art
Almadén, 12. Madrid
Hasta el 30 de noviembre
Evidente en lienzos como
el extraordinario Artópolis, ese impulso alcanza, de hecho, su punto de ebullición en otro de los factores distintivos de la muestra, el de propuestas objetuales. Un registro que el artista ha explorado en ocasiones anteriores, aunque sin prodigarse en exceso, y que en esta ocasión cobra un particular protagonismo. Por un lado, dos piezas gemelas incorporan sobre sendos paisajes crepusculares un neón que traza el esquema de un ojo inscrito en un círculo, recreando así como objeto real un motivo icónico ya empleado por Charris en algunas telas anteriores. Sin embargo la propuesta de mayor ambición y alcance, en ese sentido, es un artefacto que integra dos mesas unidas por un trazado oval de raíles sobre los que circula un tren en miniatura. Asimiladas a territorios antitéticos -en un caso, con el perfil recortado del Mont Sainte Victoire y las patas ornamentadas con el follaje del Jazz de Matisse, a la estirpe pictórica de la modernidad; en el otro, con el urinario-fuente de Duchamp descansando sobre la caja Brillo, a la recontextualización del objeto-, ambas mesas nos sitúan los polos dialécticos entre los que se juega la suerte del arte en nuestro tiempo. Mas, finalmente, el viaje circular de ese convoy "transártico" que va y viene sin cesar de un polo a otro, es también, en rigor, un autorretrato. El de quien elige seguir pintando aun sabiendo que, como bien dice el eslogan, "cuando haces pop, ya no hay stop".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de noviembre de 2004