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Crítica:

Las reglas del juego

El primer premio de la edición del Planeta 2004 ha recaído en Lucía Etxebarría (Bermeo, Vizcaya, 1966). En Un milagro en equilibrio, la autora utiliza el género epistolar para comunicar a una madre, periodista, con su hija de pocos días. La escritora arremete contra el presente global con vehículos como los delitos ecológicos o el sistema sanitario español. El finalista de esta edición, Ferran Torrent (Sedavi, Valencia, 1951), cuenta en La vida en el abismo la historia de un adicto a los naipes, profundizando en el mundo de la timba.

Dice el escritor valenciano Ferran Torrent que su novela no trata del juego sino de la personalidad del jugador. La matización resulta curiosa porque por momentos La vida en el abismo, resulta entretenida precisamente por la información que da de algunos juegos de naipes, sus mecanismos rituales y las reglas que los hacen funcionar.

El juego es un motivo literario de larga tradición en la novela. Su demoniaca atracción la hallamos representada en el cuento La dama de pica, de Pushkin, en donde un personaje acaba por culpa de un naipe en el manicomio. Dostoievski prosiguió en esa línea romántico-demoniaca. Dickens castiga también con la demencia al personaje de Almacén de antigüedades por perder su propiedad en el juego. Habría que esperar a Stefan Zweig y Heinrich Böll para darle al motivo literario un nuevo enfoque y encontrar en el juego la metáfora de una conciencia absolutamente divorciada de la realidad y de todo límite ético. No sé si Ferran Torrent ha llegado a barajar estas posibilidades, pero lo cierto es que su novela da siempre la impresión de cumplir un trámite, sin ahondar en las excelentes soluciones que su propio dibujo invitaban a plasmar.

LA VIDA EN EL ABISMO

Ferran Torrent

Planeta. Barcelona, 2004

211 páginas. 19,50 euros

La vida en el abismo, título bastante ilustrativo de la atmósfera que el autor quiere insuflar a su relato, nos cuenta en primera persona las vicisitudes de un jugador valenciano, el Rubio. Quien relata la historia, un joven de 19 años enfrentado a la familia y a las costumbres pequeño burguesas de finales del franquismo, comparte con el Rubio timba y una admiración ilimitada. Las peripecias se desarrollan en Valencia. El relato es ágil, pero cuesta no reparar en una lengua literaria bastante cercana a la rutina, sin matices ni altibajos tonales. La novela tiene su pequeño gancho. Ahora bien, hablé antes del dibujo. El autor de Gracias por la propina tenía la oportunidad de escribir algo mejor que el relato deshuesado que escribió. Tenía un narrador bien dispuesto a saberlo todo sobre algunas cosas indescifrables de la condición humana en primera persona, tenía un personaje (aunque demasiado plano y previsible para la historia que protagoniza) narrado indirectamente y, sobre todo, tenía una fascinación que los unía.

No sé si Ferran Torrent re-

paró en que su dibujo es el mismo de El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald. La vida en el abismo tenía materia para conmover. Pero no lo hace porque al narrador y al Rubio nunca podemos acercarnos como si lo hiciéramos al corazón del ser. Y creo que esto sucede porque Ferran Torrent no tuvo en cuenta algo tan necesario para cualquier historia que se precie de auténticamente literaria, me refiero a la escritura. El Rubio tenía derecho a su cuota de intangibilidad, su enigma, apenas perfilado en la novela, sólo nos lo podía dar algo mucho más exigente que una correcta redacción.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de noviembre de 2004

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