Sabiendo que el Gobierno pretende prohibir el uso del tabaco poco menos que en cualquier sitio (EL PAÍS, 13 de noviembre), no puedo más que reírme. Ésta será otra ley que nacerá muerta, como lo está la legislación actual. Por ejemplo, hace años que está prohibido fumar en los autobuses interurbanos... y cada vez que viajo en uno de ellos -sin excepción- he de recordar al menos a una persona que el lavabo también es autobús y que por lo tanto tampoco ahí se puede fumar. Hace años que mi universidad se declaró "no fumadora". Pues bien, con fecha diciembre de 2001 solicité al equipo decanal de mi facultad que retirara los ceniceros que poblaban los pasillos... Los ceniceros siguen ahí y se sigue fumando en cualquier esquina. Sólo conseguí que me dijeran cosas como: "Al señorito parece que le molesta que fumemos"... y ejemplos así, hasta escribir una novela.
Un porcentaje de fumadores no respetará nunca -pero nunca- las leyes que les impidan fumar a no ser que se implementen medidas imaginativas y -desgraciadamente- coercitivas por parte de administraciones y particulares. Las leyes que pretenden defender el derecho de los no fumadores a no soportar el humo ajeno nacen llenas de buenas intenciones, se les hace caso omiso y pasan a ser papel mojado. Y lo que es peor, convierten a los no fumadores en policías, papel que ninguno de nosotros quiere asumir: no haríamos otra cosa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de noviembre de 2004