Con el fin de acabar con esta polémica ofrezco una humilde sugerencia: ¿por qué no acordar que el idioma en cuestión se llame cataval durante seis meses y después valcata durante los otros seis? Se ahorraría mucha tinta, mucho papel y mucha saliva.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de noviembre de 2004