Me gusta la ópera. No soy un aficionado, pero me gusta. Durante muchos años me he limitado a escucharlas en casa porque no disponía de tiempo libre para ir al teatro. Ahora que mis hijos son algo mayores y que mi poder adquisitivo ha aumentado algo (ya he terminado de pagar "la bendita" hipoteca), me disponía feliz a volver al teatro para ver una ópera en directo. "La ópera es para todos", había dicho algún político en un periódico.
Me conecto a Internet, entro en la página del Teatro Real y veo que están poniendo Macbeth, de Verdi. Expectante, veo que quedan entradas para la representación del domingo 21 de noviembre. No son de las más caras, aunque intuyo que no van a ser baratas, pero en fin, ¡un día es un día! Señalo que quiero dos (mi mujer también tiene estos pequeños vicios) y el ordenador amablemente me dice que me van a cargar en la tarjeta... 242 euros. Por un momento creo que todavía no estoy despierto, que tengo una pesadilla.
Tras comprobar que no, creo que he sufrido un lapsus y que mi conversor automático de euros a pesetas ha sufrido un colapso. Saco la calculadora del ordenador y compruebo que no, que estoy en plena forma, que la broma me saldría por 40.265 de las antiguas pesetas.
Cierro la página, me voy a desayunar y pongo Otelo en el CD (de alguna manera hay que consolarse). Muchas gracias, señora Aguirre, señor Ruiz-Gallardón, señora ministra de Cultura por proteger la ópera de las hordas del proletariado cultural y hacer que siga siendo un espectáculo elitista al alcance sólo de ricos y "enchufados" políticos (ésos no pagan en ninguna parte).
Y a vosotros, compañeros proletarios de la cultura, sólo un mensaje: ¡Viva la piratería! ¡Viva el top-manta! ¡Piratead, copiad, bajaos de Internet, colaos en los espectáculos, usad las bibliotecas públicas!
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de noviembre de 2004