El anterior secretario de Estado para la Seguridad, Ignacio Astarloa, no se ha cohibido en reconocer ante la Comisión parlamentaria que investiga los sucesos del 11-M que "no tuvo la más mínima noticia" de la información que ciertos confidentes habían proporcionado ya en 2001 sobre las intenciones terroristas de ciertos grupos fundamentalistas islámicos. Igualmente reconocidos por él son los "desastres" y "disparates" en la coordinación de la información que poseían las Fuerzas de Seguridad del Estado y que debidamente manejada, aun con la precariedad de medios existente, hubiera podido evitar el desastre.
Siendo significativa la actitud del señor Astarloa al eludir -como si hablara de otra persona- la responsabilidad directa que supone esa ignorancia profunda de un tema del que era uno de los máximos responsables gubernamentales en esas fechas, lo grave, a mi modo de ver, lo constituye el resto de sus declaraciones basadas, la mayoría, en "impresiones". Impresiones a las que creo entender que da el valor de sensaciones u opiniones que no puede razonablemente justificar o argumentar.
Parece lógico que alguien que tiene dificultades evidentes para procurarse información por los canales establecidos normativamente intente obtenerla por otros métodos. Paranormales, incluso. Y no es que yo dude de que haya personas que puedan tener tales poderes, pero no parece una base demasiado firme como para establecer las políticas de un área tan crítica y sensible como la seguridad del Estado. Ni siquiera para rebajar de tesis a hipótesis opiniones tales como la conexión de los fundamentalistas islámicos con ETA.
Impresiones puedo tener yo, ciudadano de a pie -de hecho, aún me dura la impresión de conocer el grado de indefensión en que nos hemos movido ante amenazas tan graves-, pero no un (ex) secretario de Estado para la Seguridad, que, entre impresión e impresión, mostró su nivel de autoexigencia ética al decir que nunca pensó que el 11-M sirviera para hacer política -otra impresión que me llevó a suponer que lo hubiera pensado- y que su única responsabilidad es la derivada de estar en el Gobierno cuando ocurrieron los hechos. Le parecerá poco.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de noviembre de 2004