Soy madre de una niña celiaca del colegio Gredos-San Diego de Vallecas. Como mi hija, hay seis niños más en ese centro. La celiaquía consiste en una intolerancia al gluten, por lo que no pueden comer trigo, avena, cebada o centeno, ni ningún producto que lleve alguno de estos componentes en su elaboración, como algunos conservantes o colorantes, o sea, no pueden tomar pan, tartas, macarrones, chucherías...
Esta enfermedad es genética y crece continuamente porque está diagnosticada hace relativamente poco tiempo y la sintomatología que la caracteriza puede manifestarse o no, incluso induce a confundirse con otras enfermedades, no siendo extraño que el enfermo descubra que lo es cuando ya adulto conoce a alguien relacionado con un celiaco.
No obstante, si no se trata puede derivar en enfermedades muy graves, incluso cáncer. Además de la enfermedad, hay que resaltar tres circunstancias cuando tienen que comer en el colegio:
1. Trabajo de la familia. Estos chicos, al no poder comer lo que los demás, tienen que llevar todos los días su nevera con la comida, que ha de realizarse en casa.
2. Gasto adicional provocado por la compra de estos productos que, por no ser normales, son muy caros.
3. Y, sobre todo, que se sienten distintos de los demás.
Si pensamos que en los comedores hay distintas dietas para problemas puntuales gastrointestinales, para alérgicos al huevo, para hipercolesterolemia, para otras culturas o religiones... ¿por qué no tienen en cuenta a este colectivo?
Hace un par de semanas, después de unas jornadas intensas de trabajo entre la administración del colegio, la cocina y los padres, se ha elaborado un menú especial para ellos y ya comen como cualquier otro alumno. Con esta nota pretendo dar las gracias al colegio Gredos-San Diego por el esfuerzo que ha supuesto esta medida; y animar al resto de los colectivos a concienciarse con el problema de estas personas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de noviembre de 2004