Hace poco acudí a la Unidad de Salud Mental del Hospital General Universitario de Alicante. Tenía cita con uno de los psicólogos que se titula como "doctor". Vengo padeciendo bulimia desde hace 6 años. Fui confiando en los profesionales y en la labor que harían por mí. Sin embargo, lejos de encontrar la ayuda que buscaba, me vi en la calle tras cinco minutos escasos de consulta. Su diagnóstico fue, tras echarme un rápido vistazo y mal leer el informe que le pasó un enfermero-psiquiatra sugiriéndole un tratamiento inmediato, que me veía bien y que me fuese a casa ya que podría tratarse del reflejo de una depresión y no de un caso de TCA. "Si recaes o te encuentras peor, ponte en contacto con nosotros" y "las hay que vienen y que sí que están realmente locas" fueron algunas de las brillantes frases que empleó.
Si un oncólogo ve en un TAC unas manchas en un pulmón no le dice a su paciente que se vaya tranquilo a casa ya que, o bien es una bronquitis o un tumor, pero él cree que se trata de una bronquitis.
Es alarmante encontrar un caso de incompetencia así de agudo. En mi caso, pedí una segunda opinión de otro miembro del equipo. Efectivamente sí necesito de un tratamiento. ¿Pero y si detrás de mí va una paciente obligada? ¿Qué le dirá a su madre tras una consulta con semejante inepto? Saldrá de la consulta con un refuerzo extra, cuando ella no hacía más que negar la existencia de un problema.
No se puede infravalorar ninguno de los casos que llegan a una consulta y menos en algo tan subjetivo como es la psicología. Me aterra pensar lo que podrá hacer ese señor al que el título de doctor le queda tan grande con las que irán tras de mí.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de diciembre de 2004