Con estupefacción, he visto a través de un informativo televisivo que los soldados españoles que "al alba y con viento de levante" desembarcaron en el islote Perejil, al apresar a los marroquíes, que no opusieron resistencia, les sujetaron las manos a la espalda con ataduras semejantes a las que utilizan los norteamericanos en Irak y, siguiendo tan alto ejemplo, los encapucharon. Son procedimientos prohibidos por las normas internacionales, como cualquier otra forma de tortura o menosprecio con que se humille a un prisionero.
Ya sabemos por los medios que los actuales Estados Unidos han hecho retroceder hasta el infinitésimo el respeto a los derechos humanos, pero, por mucho que pudiéramos pensar en lo peor, no imaginaba que el humanismo Aznar / Trillo, en su seguidismo a las normas del Pentágono y la Casa Blanca, pudiera expresarse de manera tan despreciable.
El hecho de que nuestros soldados encapucharan a los marroquíes revela que, en su equipo, en su impedimenta militar, habían incluido lo que, objetivamente, es un desproporcionado instrumento de tortura. No se tiene noticia de que, en épocas anteriores, vendar los ojos y, lo que es peor, encapuchar -lo que dificulta la respiración y sume en el terror- formara parte de los procedimientos utilizados como sistema para contrarrestar la capacidad agresiva de los prisioneros, que, en todo caso y una vez desarmado el supuesto enemigo, era inexistente en Perejil. Confío en que el señor Bono, en el
momento en que haya tenido noticia de lo que se comenta, se haya apresurado a ordenar que cesen en nuestro Ejército tales procedimientos y, desde luego, que la capucha deje de formar parte del equipo militar.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de diciembre de 2004