Hemos vivido en Sevilla la emoción de que España ganara una Copa Davis. Una emoción casi tan profunda como la de los partidos de fútbol. Desde hace algún tiempo, los tenistas españoles son una maravilla, y en cada momento que se miraba la televisión siempre había alguna jugada que parecía imposible, como la magia, que la pelota pasaba a un lado y a otro de la red a toda velocidad y sin que nadie la tocara, por ejemplo.
Todo ha sido tan sorprendente como para quedarse maravillado. Un verdadero éxito. Se ha luchado con verdadero afán por una entrada en el Estadio Olímpico y bastantes personas lo han conseguido. Yo le di la enhorabuena a alguien por haber corrido esa suerte, ¡qué envidia! Y un amigo me preguntó si yo quería ir. Como me parecía difícil que él, que ni siquiera era de aquí, que estaba de visita, pudiera conseguírmela, tardé un momento en contestarle que ¡claro! ¿Tú eres aficionada al tenis? Volví a pensarlo porque me estaba pareciendo que en sus preguntas había algún truco y le contesté la verdad: que no. ¿Y te apetece estar viendo la pelota ir y venir durante horas? Me callé y me quedé perpleja porque ni siquiera en la televisión que la tenía tan cómoda y en casa había tenido la paciencia de sentarme a mirar los partidos; sólo había visto momentos sueltos y siempre preguntando por el resultado del marcador. Al final de algún set buscaba entre el público a quienes permanecían más o menos inmutables, sin saltar ni gritar ni tocar el tambor o la trompeta: una jovencita que parecía que sobrevolaba la realidad, un moreno rizado que estaba meditando...
¿Por qué parece que nos interesaba tanto a todos? Pues yo creo que por la propaganda de los medios. ¿Y por qué ocupan tanto espacio en los medios? Pues porque el deporte, exceptuando el problema de los hinchas en el fútbol, sirve como canal de expresión de los jóvenes y, sobre todo, es provechoso para la economía por muchas cosas: por los productos deportivos (ya sean prácticos o inútiles), por los eventos y espectáculos que se venden en televisión, por la alimentación deportiva, por las instalaciones, por la información, por la promoción y administración, por la enseñanza de conocimientos, por el turismo, por la medicina. Tampoco se queda atrás la política, pues vende estupendamente la imagen del Estado. ¿Se puede pedir más?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 7 de diciembre de 2004