Por el otro extremo del puente, regresas de la nieve y de un Mediterráneo de fondo y aguaceros, después de retratar unos destemplados principio y fin de esa novela que pudo ser tu adolescencia. Aparcas en el garaje, metes en la mochila unas cerámicas populares, unos libros de viejo, los relatos que has leído y los periódicos que apenas si has hojeado, y subes a tu piso, lo aireas, y luego vienen la ducha, el café intenso y amargo, y una mirada a la correspondencia de bancos y ofertas comerciales, salvo una carta de un viejo y entrañable amigo y profesor de la Universidad de Quebec. Dos horas después, me das un toque de teléfono y quedamos en vernos a eso de las ocho. Imagino que el tuyo ha sido un itinerario inquietante y que la memoria ha precipitado tu vuelta. Ya me contarás. Y me contarás probablemente también cómo encendiste un cigarrillo tras otros, mientras contemplabas en la pantalla de tu ordenador, la imagen de la escolar Mariluz Sabrina Pérez, secuestrada, torturada y violada por los agentes del funeralísimo Augusto Pinochet, en Villa Grimaldi, como tantos otros miles de chilenos y, tal vez, de jóvenes de otras nacionalidades. "Perdí la capacidad de soñar", ha manifestado aquella víctima de tanto encarnizamiento. No solo se devasta la carne, los intestinos, los genitales, si no que se sala y arrasa el territorio del sueño, toda la poética de un futuro como sustento, toda una humanidad adosada en ese subterráneo de espantos. Ahora, sobre el informe de tanto horror, se exige el nombre de los verdugos. Y la venganza traspasa su amplio registro del dolor a la justicia. Pero que no se demore y que el sueño levante su vigorosa realidad. Como la de aquellos 27 republicanos españoles, que una madrugada del año 39 fueron fusilados. Al alba de aquel día, en la cárcel de Alicante, el comunista Etelvino Vega inició la Internacional antes de subir al camión, que había de conducirlo, con sus compañeros, al lugar de las ejecuciones, y hasta los muros se conmovieron. Instantes después, todos los presos la cantaban. Tú lo has escrito: al alba, se amotinó el sueño.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 8 de diciembre de 2004