Ya se han vuelto a remover las aguas sobre la calificación moral de las relaciones sexuales con motivo de la jornada antisida y la campaña por el uso de condones. La Humanidad está amenazada y castigada por esta terrible pandemia que a nadie debe dejar indiferente ni desinteresado.
La exigencia de ser prójimos no nos permite con buena conciencia pasar de largo, ni siquiera para llegar pronto a los cultos y sacrificios y por ello, considero que hay una cuestión previa al "problema" del uso de los preservativos a la que el Magisterio de la Iglesia, y con él nuestros Obispos, deberían prestarle urgente atención: ¿qué mensaje lleva implícito la liberación natural de la relación necesaria entre sexo y procreación en los seres humanos? Se recurre a las exigencias de la ley natural, pero en el uso, que no abuso, del placer sexual entre sujetos libres y responsables ¿dónde situamos la línea divisoria de lo antinatural?
Cuando, en tantas dimensiones de la personalidad y sus facultades, se ha levantado el listón del reconocimiento del uso más allá de la estricta necesidad, y se ha normalizado la actividad de las capacidades para lograr el máximo placer ¿Por qué en lo sexual se da ese estricto bloqueo moral a lo funcionalmente reproductivo y en el ambiente relacional en que se dé la responsabilidad parental?
En situaciones de relación necesaria entre sexo y engendro, cabría esa restricción, pero ya no está tan claro que sea lo mismo, sin esa relación necesaria. ¿A qué obedece ese reduccionismo del concepto de impureza personal a solo zonas erógenas con escora manifiesto hacia las mujeres.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 16 de diciembre de 2004