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MEMORIA DE LAS PALABRAS

Nota al pie

Un ensayo clásico de Jan Tschichold y un estudio de Julián Martín Abad ilustran a la perfección dos momentos capitales en la historia de la imprenta: la crisis de la tipografía tradicional en la época de las vanguardias artísticas y literarias del siglo XX, y el proceso de experimentación por el que los incunables se convirtieron en el libro moderno entre el siglo XV y el XVIII.

¿ES TAN difícil diseñar los libros no con los pies, sino con la cabeza? ¿Por ejemplo, con una cabeza, encabezamiento, folio o titulillo -es decir, la línea superior de la página-, cuyo contenido la haga útil para la lectura y para la consulta?

Los libros antiguos, según bien explica Martín Abad, se vendían sin encuadernar, como un mazo de pliegos que se descabalaban a las primeras de cambio. La misión principal de los titulillos consistía antaño en facilitar que un pliego traspapelado se restituyera al volumen del que procedía, y, por tanto, era preciso que todos contuvieran el título de éste. Pero hoy ¿qué sentido tiene repetir en todas las páginas pares que el autor se llamaba "Miguel de Cervantes" y en todas las impares que la novela es "Don Quijote de la Mancha"?

En una obra como el Quijote, que se lee y sobre todo se relee, la función básica de los titulillos es ayudar a moverse ágilmente a lo largo del volumen, consignando para ello en las páginas pares la parte y el capítulo, y en las impares el episodio de que se trata. En un manual, pongamos, ¿no ordena la recta razón que las pares registren el título del capítulo, y las impares el del apartado, o bien den una indicación de la materia considerada en las dos páginas que el lector tiene ante los ojos? Pues parece como si no.

Últimamente leo menos libros de creación y bastantes más de historia, pensamiento o lo que en tiempos venía a ser Le newtonianisme pour les dames. Es corriente ahí que las notas vayan al final del volumen. Nada hay que objetar porque en general no son para confrontarlas a cada paso. Pero a veces sí importa hacerlo, y entonces, en el mejor de los casos, o sea, cuando no van todas etiquetadas meramente como "Notas", suele ocurrir que la sección en que se reúnen no lleva otros titulillos que "Notas al capítulo tal". Como en los titulillos del tal capítulo, sin embargo, no se señala su número, uno tiene que averiguar (sea en la tabla o índice, sea volviendo atrás) a qué capítulo pertenece la página con la llamada a la nota que le interesa, y luego indagar en la sección de "Notas" dónde empiezan las del capítulo a que corresponde la nota en cuestión

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¡Con lo sencillo que es concordar los titulillos de las "Notas" con las indicaciones (páginas, epígrafes, capítulos) que están o deben estar a la vista en el cuerpo del texto! Cierto: ello supone una cabeza que piense el libro como un conjunto orgánico, no una confusa superposición de materiales. Tampoco hay que pedir gollerías.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de diciembre de 2004