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COLUMNA

Reacción

El año del horror ha sido también el del cambio. Este 2004 que llega a su fin, ambivalente, ha persistido en la congoja que acecha a la humanidad desde aquella traumática pérdida de inocencia generacional que reflejó Lou Reed en su canción: "Soñé que había erradicado la ignorancia, la estupidez y el odio. / Soñé la unión perfecta y la ley perfecta, indiscutible. / Soñé que podría hacer el trabajo que otros no habían hecho. / Soñé que era incorruptible y justo con todo el mundo. / Soñé que no era grosero y vil, ni un criminal del engaño. / Y sobre todo, soñé que olvidaba el día en que murió John Kennedy...". Compareció de nuevo, pues, con la masacre del 11 de marzo en Madrid y sus ecos del 11 de septiembre en Nueva York y de la guerra en Irak, ese terror que siempre se renueva. Pero vino también el cambio, con la victoria de Rodríguez Zapatero, para indicar que la mayoría, al menos en España, como Lou Reed en The day John Kennedy died, conserva la lucidez ante el influjo suicida de la fatalidad y la embriaguez dimisionaria de la disciplina que no duda, ni discute, ni avanza. El neoconservadurismo, que es de por sí un conservadurismo sin talento, ha endurecido su discurso, su doctrina elemental, su idiosincrasia y su maniqueísmo, pero la gente trata de abrir ventanas cada día a paisajes sociales más complejos, con sus luces y sombras, sus dramas cotidianos, los conflictos inherentes a las sociedades abiertas, los retos colectivos y los pactos. Tiene una oportunidad de afianzarse el reformismo, con su dialéctica menos tajante y dura, menos caudillista, en una esfera pública que no exija alinearse, que admita la contradicción, la diversidad y hasta la controversia sin que tenga que encarnizarse a cada paso, con aires de tragedia, el debate civil. No es el liberalismo el enemigo, sino la reacción. Con la esperanza de que se resquebraje, tarde o temprano, ese bloque de la tensión, aglutinado todavía en torno a miedos y prejuicios; de que se desactive la osadía sectaria que ha llevado a cruzar algunas líneas rojas del sentido común en un intento inútil de desandar caminos, la democracia encara un año nuevo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 27 de diciembre de 2004