Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
DESAPARECE UNA INTELECTUAL COMBATIVA Y SOLIDARIA

Una belleza no sólo física

La voz combativa y libre de Susan Sontag se apagó ayer en un hospital de Nueva York. La escritora, nacida en esa misma ciudad en 1933, falleció tras librar largas batallas contra varios tipos de cáncer que le minaron la salud desde los años setenta y cuyo padecimiento le había llevado a escribir su libro La enfermedad y sus metáforas. Había recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2003 por una intensa carrera de escritora comprometida y valiente que empezó en 1963 con El benefactor. Alternó la novela, el teatro y el ensayo, su obra se tradujo a 30 idiomas y fue de las pocas intelectuales críticas que se alzaron en su país contra la guerra de Irak, como antes lo había hecho contra Vietnam y otros conflictos.

La conocí en el Lido de Venecia en agosto de 1967. Había leído ya algunos de sus ensayos y la admiraba profundamente. Los dos formábamos parte del jurado que concedió el León de Oro a Belle de jour, de Buñuel. La vi en la playa mientras jugaba con su hijo David, entonces un muchacho ni siquiera adolescente, y me llamó la atención la belleza, no sólo física, que irradiaba.

Cuando un par de años después se instaló en París cenábamos regularmente con ella Monique Lange y yo. En la revista Libre publiqué una entrevista que constituyó uno de los primeros manifiestos feministas inteligentes y que tuvo mucho impacto en el mundo intelectual y literario. En 1975 estaba yo en Nueva York cuando me comunicaron que estaba gravísima, que se estaba muriendo de cáncer. Con esa energía y vitalidad que la caracterizaban luchó de una forma extraordinaria contra la enfermedad y logró superarla.

Nos vimos luego varias veces en Nueva York, cuando iba allí a dictar mis conferencias, y en 1993 coincidí con ella en Berlín. Acababa de volver de Sarajevo y me convenció de la necesidad de que fuera allí a testimoniar de lo que ocurría. Nunca le agradeceré bastante ese consejo. Pasé con ella unas jornadas inolvidables mientras preparaba los ensayos de Esperando a Godot en un teatrito sin luz eléctrica, iluminado sólo por velas. A raíz de ello escribí el guión del documental Esperando a Godot en Sarajevo, que presenté en Madrid a finales de 1993.

En la segunda y terrible acometida de la enfermedad, tuvo la energía de completar una de sus mejores novelas, El amante del volcán. Estuve con ellas varias veces en Madrid y Barcelona con motivo de la presentación de sus novelas y a mediados de este año me enteré de la tercera acometida de la enfermedad.

Desde entonces me mantuvo informado a través de amigos de la gravedad de su situación, pero no he intentado comunicarme directamente con ella. Inútil decir que la noticia me ha dejado anonadado.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de diciembre de 2004