En el artículo de Francisco Bustelo Religión e historia (EL PAÍS, 23 de diciembre) escribe el autor: "Si el mensaje evangélico se hubiera aplicado al pie de la letra, hubiera hecho incompatible al cristianismo con cualquier progreso económico que exige, claro es, la creación de riqueza, lo que difícilmente se logrará sin que existan ricos".
Parece claro que el progreso económico exige, efectivamente, la creación de riqueza; ahora bien, no encuentro tan clara la relación entre esta creación y la existencia de una clase social de ricos (como si fuera una ley natural o consustancial al ser humano). A menos que la creación de riqueza exija también que sólo la puedan disfrutar ellos, como ocurre, evidentemente, en este sistema de grandes transnacionales y oligopolios empresariales que representa el capitalismo global, y que gobierna el planeta impidiendo el disfrute de la riqueza creada a tres cuartas partes, al menos, de la humanidad.
Termina el parrafo citado el señor Bustelo diciendo: "Todavía en el siglo XIII san Alberto Magno predicará, con escasas consecuencias prácticas, que todo rico es injusto o heredero de injusto". Pues bien, yo, desde mi ateísmo, coincido plenamente con esa afirmación medieval. Máxime viviendo en esta injusta desigualdad globalizada llamada desde hace siglos capitalismo.
Claro que siempre se me puede acusar de antiguo, de radical o de demagogo por estar contra este sistema político y económico imperante, que de ser el menos malo de los conocidos ha pasado a ser el único y, al parecer, obligatorio y eterno. ¿Amén?.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 31 de diciembre de 2004