Sospechas que, con el tiempo, el tsunami también sufrirá un descuento sustancioso. Llévate todas las cámaras de Sry Lanka, de Tailandia, de la Banda Aceh de Indonesia, saca de allí a Powell, a Annan, y a algún otro menda de postín, y volverás a ver a los niños y a los mayores enfrentados permanentemente a los maremotos de la explotación sexual y laboral, sin que a nadie se le importe su supervivencia, ni su futuro, en manos de la corrupción y de la tiranía. Ya se que te gustaría estar equivocado, pero esa sustancia crítica que te va tejiendo la conciencia te inquieta y hasta te hace más desconfiado. Y eso que el seísmo te penetró y te zarandeó no en sucesivas olas descomunales, sino en gotas oleaginosas a través de la sangre. Hasta entonces nunca la actualidad te había penetrado tan orgánicamente, a través de la furia de las arterias, de la cortisona, y de la humareda de los aerosoles, por donde te llegaba la desolación y toda la inclemencia. La catástrofe natural carece de memoria, pero cumple sus tiempos y dispone un territorio. De la catástrofe natural a su industrialización no se requiere el ADN. El ADN sirve para demostrar que la muerte ya no mide con pies iguales los hoteles de lujo y las chozas de la miseria. Y también para distinguir la globalización como un fenómeno donde los ricos mantienen identidad y privilegios y los pobres ni se pueden contar y aun menos distinguir. Por el alto del gotero, te entró todo el dolor de la tremenda noticia y los rostros de las víctimas de tanta calamidad. Y te preguntabas si esa repentina solidaridad era ciertamente sincera y consistente, o solo obedecía al principio de la competencia y de la figuración. En cualquier caso, ¿qué sucederá dentro de tres meses, de seis, de un año? Así es que lo pones todo en cuestión. Aunque probablemente, de aquí a un tiempo, los turistas ricos volverán a sus paraísos reconstruidos, y las gentes de aquellos países trabajarán por un salario de hambre y estarán sometidos a la brutalidad de los explotadores. Que también es otra forma de catástrofe con memoria, pero sin tregua...
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 12 de enero de 2005